Thursday, June 30, 2011

Mi reino por una hamburguesa



Hace calor, de hecho la ciudad está a punto de ser bañada en mercurio por termómetros moribundos de meningitis. Medio millón de baldosas más allá del monumento a Colombo (en granito y con ojo de cristal incluido) a la Hamburguesa se le pegan las pezuñas en el asfalto como chicles calientes . Entre soplido y refunfuño, maldice al inventor de las hawaianas por no haber diseñado unas para perros a estas alturas de la era post-Lassie. “Tengo unas bragas de vinilo, un maillot de ballet y un disfraz de dinosaurio… porqué no puedo tener unas putas chanclas?” Agotada por sus alvéolos de juguete, está deseando llegar al parque infantil para echar un buen meo debajo del tobogán. Suele ser bastante cívica y más teniendo una dueña neurótica como la suya que dormita en el lado oeste de la cama porque así se siente más cerca de California, donde algún día quiere ir a hacer surf. Pero en este martes pegajoso la Hamburguesa tiene la regla y sus hormonzuelas están sedientas de un buen marcaje; sobretodo cuando piensa en ese engendro de Pokemon llamado Teo, que cada día le estira del rabo y le cambia el nombre: “Cangreburguer, cangreburguer!” La Hamburguesa cuando vé por la tele a Bob Esponja se quiere esconder en la piña debajo del mar. Bajo esa apariencia de peluche de feria, Hamburguesa es un ser nihilista y cultivado. Ya en la granja checa donde nació, destacó de la camada por destetarse rápidamente y aprovechar el ímpetu succionador de sus hermanos para leer a Kafka a solas. Al final de “La metamorfosis” llegó a la conclusión de que, a pesar de anhelar el ser una quesera rubia y pechugona, siempre sería mejor ser perro que no cucaracha. La Hamburguesa en otra vida fue coacher, un gurú de almas perdidas, así que de algún modo le es familiar que la gente le cuente sus problemas, a los que ella responde con un guiño y tres ronquidos en si menor. “La gente me cuenta sus rollos”- le confesó una vez a su mejor amiga, la Jenny- “Y sin ni siquiera un diagnóstico o respuesta alguna parecen tan liberados que flipas”. La Jenny, una chihuahua con sobrepeso y ligerita de cociente intelectual le respondió con su retahíla habitual: “ déjame que te huela el culo… pelota, comida, caca, chucheeeee!” Así que la Hamburguesa decidió que olfatear basurillas en sus paseos sería más productivo que el tener coleguitas . A pesar de su antipandillerismo, “Los Goonies” es su peli preferida pero se la tiene jurada a Spielberg por no haberle dado más escenas al perro. La Hamburguesa es la reina de corazones de su ama, que le puso tal nombre en pos de un ataque de rebeldía tras una infancia invadida de bocadillos de tofu. “Es un pedazo de carne rico y placentero aunque con una genética nada saludable” le describió la neurótica a un veterinario que dudaba entre vacunarla a ella o a la perra. “En un mundo tan loco en el que todo el mundo lo abandona todo tan fácilmente tenerte a ti es lo mejor que me puede pasar” le susurra por las noches la surfera. “Cuando te pones tan romántica me dan ganas de comprarte un hámster” le intenta enviar en forma de onda telépatica la pequeña carlina. Su sarcasmo sólo es un endeble caparazón pues el barrio entero se rinde a sus espolones: “Mi reino por una hamburguesa”, reza un graffiti en la calle. En este una spider-carlina sortea los rascacielos de una ciudad donde los perros suelen ser mejores personas que sus habitantes.


Friday, June 24, 2011

Calista, la recepcionista





Calista está indignada: cada vez que se sienta en su escritorio a las 8 o’ clock y mira por el rabillo del ojo ese cuadro honorífico que firma uno de los ladrones más ilustres de la historia polaca, Fenix Miret, regurgita el capuccino por unos segundos. Calista recepciona llamadas en una super-empresa pastillera, colaborando así a que el mundo siga zombie perdido. En un escenario aséptico, acristalado y muy snob se reparten en pulcras estanterías pastillas y más pastillas con las que Pildoritas Corporate se rellena los bolsillos. Comprimidos para estar más guapos, menos gordos, más morenos, menos locos, más o menos tarados, pastillas que necesitan de otras pastillas para que las primeras pastillas no te jodan la fritura cerebral… La ironía es que Calista, que es algo lista, dejó de consumir medicamentos nada más empezar a trabajar. Ahora cuando le duele la cabeza esnifa bálsamo de tigre y cuando le crujen los ovarios se masajea los tobillos y masca hojas de salvia. “Parezco una llama pero tengo más zoom mental”, se comenta a sí misma. Calista, que no sabe si es autista o un poco asperger, no se siente capitalista pero tampoco sindicalista: prefiere quedarse en casa leyendo El Alienista antes que hacer de activista. “Cada uno grita a su manera”. Calista cree que todos los dirigentes políticos deberían dedicarse a la moda y desfilar con pijama de rayas en Alcatraz, por eso se ha hecho fan del bacalao islandés. A veces sueña con ser un angry bird seboso y letal que bombardea huevos sobre cerdos banqueros pero la munición siempre se acaba, así que se desvela muy enfadada. Es entonces cuando se echa a escribir en su blog por no liarse a tortazos con su vecina del tercero, sobrina de un latifundista que aspira a ser concejala corrupta. Aunque individualista, también empatiza con los acampados en el centro de la ciudad que tanta publi barata le han hecho a Decathlon. Así que les ha mandado, con toda la buena fe, las 4 cajas de antipiojos e insulina y las minidosis de glucoheptonato de potasio que le venían en el lote de Navidad. Lo dicho: es un poco asperger.


- Qué haces después de las 6? – le pregunta en el trabajo un lelo de marketing que apenas ha aprendido a usar la gillette y parece que se haya peleado cada mañana con D’ Artagnan.
- Yo enchufarme un capítulo de True Blood, tu a casa con tu mujer y tus gemelas estrábicas a mirar Pocoyó - Calista le sonríe con sus piños blanqueados gracias a la papaína, mientras sus intestinos fabrican gas metano de los nervios.
- Para ser recepcionista eres muy borde- rebuzna ofendido Lolo, el lelo.
- Para ser gerente de marketing eres algo imbécil por no decir eunuco porque por lo visto te faltan huevos para decirle a tu mujer que necesitas follar con otra gente- escupe a lo llama peruana Calista, jugándose tontamente el destierro de pastillolandia.


Normalmente Calista se comporta con sentido común y prefiere pasar desapercibida, pero hay algo que le pone iracunda como un cerdo bellotero obligado a escuchar villancicos antes del tajo mortal: la falta de valores. “ Es ahí donde está la verdadera crisis de hoy en día”, suele postearle Watson, su cerebro, con el que se lleva bastante bien. En sus sueños, cuando no cuelga de un tirachinas, Calista, la recepcionista, inventa la fórmula de la criptonita inyectable y consigue venderla como vacuna porcina a todos los super-majaderos que nos tienen indignados. Y es que en el fondo Calista tiene vena camorrista... por eso prefiere quedarse en casa leyendo El Alienista.

Monday, June 6, 2011

El reno sueco y el burro catalán: a fabuLOVEstory


Joanot era un burro catalán. Algo charnego porque su madre era una burra folclórica y su padre podría haber sido cualquiera, pero en fin: quien no está mezclado hoy en día? Joanot tenía las pelotas bien puestas, redondeadas, tuneadas con suave vello borriquil y muy pegaditas al culo, era altanero como un gallo y cabezón como una vaca-burra. Muy chulo, vamos. Matts era un reno gordo y majestuoso ,más sueco que las albóndigas con salsa de arándanos. Solía tener sueños con cerillas y un bidón de gasolina pero su psicoanalista, una cabra majorera, no lograba dar con el subtexto. Matts había llegado al Pirineo catalán de vacaciones, con un tour-operador de la Laponia que organizaba viajes para renos jubilados. Matts era algo despistado y calculando la obturación de la luz para fotografiar el arranque de vuelo de una libélula sobre un cardo borriquero se separó de su grupo. Perdido en un campo de amapolas y aturullado por una manada de ovejas cagonas que pasó por allí y se hicieron las suecas al preguntarles por la parada de taxis más cercana… Matts se sintió muy sólo y sucumbió ante una esporádica depresión, pero como hacía sol desestimó el suicidio. Matts empezó a dar vueltas a un bellotero conectado a su iphone y esperando a que su madre se conectara por Skype y le enviara instrucciones. Es lo que tienen los suecos, que son muy de protocolos. De mientras hizo log in en spotify y se puso Abba para animarse… En esas que por allí paseaba Joanot, el susodicho burro. Bueno, no paseaba, iba peinándose las pelotas y ensayando su monólogo pues tenía actuación todos los viernes en la taberna “Escalivada & Company”. A Joanot le encantaba que le escucharan y si la gente no se reía, al día siguiente tenía que aliñar la alfalfa con diazepán. Al tropezarse ambas especies tan dispares sucedió la confusión: Joanot nunca había visto un reno y Matts tampoco sabía lo que era un burro. Así que Joanot pensó que Matts era una ardilla enferma de obesidad mórbida y Matts pensó que Joanot era un conejo gigante mutante. Ambos se hicieron pipí.

Joanot: Y tu? Cosa qué eres? – soltó azorado por la dislexia- Collons! (remató rebuznando)
Matts: Förlåt?- masculló elegantemente el reno. Luego se descargó el Google translator y empezó a traducirse-Estoy perdido, donde trobo un parado de automóbil y puc beber sangría familía?

Joanot fue flasheado y recordó haber visto una silueta parecida en un cojín de un catálogo de Ikea. Matts se descargó la aplicación “What the fuck is this?” en su Iphone, fotografió al burro y le llegó un post al twitter de que eso no era un conejo sino una pegatina que se ponía la gente en los coches. Y en menos de lo que despega el vuelo una libélula de un cardo borriquero surgió el amor o bueno, dicho a lo bestia, el deseo sexual pues a Joanot casi le explotan las pelotas y a Matts se le cayeron dos dientes del subidón de oxitocina. Aquella noche Joanot hizo su mejor actuación, la piara de cerdas de la primera fila que se estaba poniendo tibia de paté de olivas no dejó de aplaudirle, mientras que Matts, a pesar de no entender catalán se rió más que nunca en su vida y se hizo fan de la mistela. La mezcolanza sueco-catalana resultó ser todo un éxito debido a la deliciosa combinación de serenidad y despelote, así que al año siguiente todos los granjeros se pusieron a cruzar renos suecos y burras catalanas. La versión gay se quedó para Joanot y Matts, que al no poder concebir un baby burreno adoptaron un escarabajo pelotero que les dejaba el establo como los chorros del oro. Y ya ves, cuando menos te lo esperas, te puede pasar cualquier burrada.




Wednesday, June 1, 2011

Rufino el Pepino y la conspiración de las salchichas de Hamburgo



Planeta Tierra Fértil, año 2011, 17:40. En algún lugar de Mediterrand se esconde agazapado bajo la maleza Rufino, el pepino. Tiene 7 meses, protuberancias uniformes y un color verde-lomo de iguana que le perfila un camuflaje interesante. A Rufino le suda el rabo, ese tronco que corona su cráneo victorioso y del que no todos los de su especie pueden presumir. Las gotas de agua vitaminada que se le escurren por la frente no son para menos: está a punto de enfrentarse a un pelotón de salchichas nórdicas.
Rufino se crió bajo la tutela de anacardos y pepinos octogenarios en la colonia “Ecopepinos Constantino”, uno de los pocos viveros de hortalizas orgánicas que sobreviven a la globalización. Hasta ahora los pepinos locales se conocían como las hortalizas más viajeras, conquistaban ensaladas de medio mundo y embadurnaban de frescor y jovialidad los rostros más estresados del planeta. A nadie le importaba un pepino los pepinos, hasta que “El Rumor Nauseabundo que todo lo puede” se empezó a difundir entre la población. Y, en menos que se despluma a una cebolleta, ya estaba en boca de todos: los pepinos pasaron de ser simpáticos backpackers a mutantes falos bacterianos que pretendían acabar con la inocente humanidad a base de bacilococos asesinos. La prensa hizo eco de lo que más tarde, cuando el holocausto pepinero contaba ya con más de 3 millones de víctimas, se supo que fue toda una conspiración.
17:45 : Las salchichas de Hamburgo también se agazapan bajo la maleza. “No puede quedar ni una rodaja de pepino viva!” masculló el plato de chucrut que dirigía la operación. El ejército hamburgueriano era poderoso: 30.000 salchichas alemanas condimentadas de finas especias y embutidas en uniforme de colágeno dispuestas a aniquilar sin piedad a toda cucurbitácea viviente.

-Cabo Bratwurts: Estoy cocida señor, cuanto calor hace en este país, no estaríamos mejor en Mallorca bailando la macarena?
-Teniente Frankfurt (escupiendo orégano de mascar): No me gima como una niña cabo! Agárrese bien las pelotas y demuestre quien tiene más grasa en las venas!!!
-Cabo Bratwurts (ajustándose sus gafipastas): Pero es que aún no entiendo que estamos haciendo aquí, si los pepinos no tienen colesterol, ni bacterias ni nada, no son una amenaza...

“Una salchicha pensante… intolerable!” Al teniente Frankfurt se le hinchó tanto la vena que por poco le explota la cabeza y se le derrama todo el relleno. Entonces, cegado por un ataque de orgullo germánico, él mismo cogió carrerilla, abrió sus fauces desdentadas y salió corriendo en busca de un pepino al que guillotinar. Rufino, que tenía las semillas bien puestas, se incorporó entre la maleza y le propinó una pepino-patada en las mísmisas tripas al osado Frankfurt dejándolo listo para la barbacoa. Ante tal violenta escena, al chucut le sobrevino un infarto de miocardio y las salchichas, desprovistas de líder, se cogieron un vuelo low cost a las Baleares y buen pedo cervecero al son del “Follow the leader”.
Rufino el Pepino pasó a ser un héroe local y con la recompensa que le dio la calabaza Ruperta, condesa de las cucurbitáceas, se montó una fábrica de productos anti-espinillas.
Aún así, las salchichas alemanas, tan famosas por su rectitud como por sus metidas de gamba, habían jodido bien a los pepinos españoles y eso quedaría por siempre en los anales de la histo… de Google.