Tuesday, October 18, 2011

Metralleta jubilada


El óxido la recubría casi por completo. Le daba una pátina extraterrestre, como de galeón fantasmagórico hundido a 3000 pies y eso la llenaba de orgullo y satisfaction. Metralleta reposó la culeta en el asiento del taxi que la llevaba directa a “Sweet Home Pistolas”, la residencia de armas jubiladas que un día en el que llovían ranas de punta un buen pirado se inventó. Metralleta siempre quiso dar miedo y por eso lucía un terrorífico tatuaje de bollycao: “Nasía pa matá”, también le habían escrito con una navaja en la madera “te quiero Antonia”. Aunque nunca llegó a saber si ese era su nombre o el de la novia-virgen-que espera y manda postales- del pueblo de su primer dueño. Así que simplemente se hacía llamar Metralleta. Hacía gárgaras con azufre y se tiraba casquetes, era una tipa muy dura.  “Sweet Home Pistolas” estaba plantada en lo alto de una colina, detrás de un valle y rodeada de secuoyas: “Los seres vivos más altos del planeta- afirmaba Coffee Aman, el jardinero adicto a la goma arábica- Para que nadie encuentre este lugar y las pueda volver a usar nunca jamás”.  Allí iban a parar todas las armas jubiladas del planeta tierra. Vamos que harían falta todas las colinas, valles y secuoyas habidas y por haber de la galaxia Andrómeda si el negocio seguía prosperando.  Metralleta llegó al mediodía, justo para la partida de criquet que acababa con una merienda de croquetas y pastel de crocanti. Se alojó en  la casita pareada nº3. Allí dejó su funda y estuche de cepillos,  comprobó la dureza del colchón de muelles, boing,  boing, abrió el regalo de bienvenida, “ba-li-nes de aire com-pri-mi-do:  menuda mierda!”, y al final decidió merodear y fisgonear a sus nuevos vecinos, como jubilada ejemplar.
Allí delante un coctel molotov se estaba preparando unos mojitos, a 45 grados una Colt 45 le daba al gatillo intentando ligar con una granada de mano chocha y desanillada. Y en la zona de las barbacoas una mina anti-persona jugaba al escondite con un topo “como si creyera que aún tiene 5 años”.  “ Vaya pandilla de fracasados”- farfulló la metralleta mientras se rascaba el cañón. Pero no todo era como una escena bucólica de “Dirty Dancing” en la residencia “Sweet Home Pistolas”. A parte de las clases de baile de merengue, cada tres semanas,  los residentes eran sometidos a mortíferas charlas de “Peace & Love” que daban premiados del Nobel de la Paz. “Ellos nos inventan, nos usan y luego nos dan por el mismísimo culo hasta que nos funden para hacer latas de coca-cola”- farfulló de nuevo Metralleta. Y esa era la vida del jubilado en “Sweet Home Pistolas”, una residencia plantada en una colina, detrás de un valle y rodeada de secuoyas.










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