Ferlandino lleva bombachos y cabalga una alfombra de Ikea. No fuma porros pero siempre está flotando en la estratosfera. “Gamberro, holgazán, vividor!” , le gritó su abuelo desdentado con un pie y tres cuartos en la tumba. Su abuelo, el que olía a naftalina y se peinaba con colonia, el que le vendía baratas las 4 tiendas de comestibles que monopolizaban el pueblo. Pero él no quiso, él quería volar, frotar lámparas y alcanzar las nubes. Todo aquello que sus ancestros nunca habían osado soñar “porque había que ganarse el pan y alimentar a mujeres, hijos y bastardos”. Ferlandino es un “sueña-tortillas” ,como decimos los polacos, el rey de las burbujas, todo lo contempla desde su pompa de jabón con una perspectiva diferente a sus congéneres. De acuerdo, parece idiota. Pero los idiotas también han hecho historia. Y de idioteces vive el hombre. Por las afueras de Sésamo Town también se escurren los 40 ladrones: dos pandillas enemistadas que cuando ya no tienen orujo que beber, jabalí que dorar al microondas o mujeres que fornicar se dedican a sacarse los ojos unos a otros. Ladrones que descargan tormentas de gaviotas cagadoras-asesinas y rosas envenenadas con pedo de ñu-estreñido a los lugareños, sin que estos puedan evitar los ataques de migraña endémica que se suceden después. Ferlandino, colocado de valentía, decide emprender una mañana una aventura quijotesca: encontrar la urna mágica que, según cuentan en los foros, puede acabar de una vez con los 40 ladrones y enviarlos a freír espárragos. Ferlandino surfea el horizonte con su alfombra sueca aterciopelada haciendo cabriolas. Sí, aún parece más idota, pero ahí está: en movimiento. Desde el pueblo, la emisora 22.5 fm retransmite su osadía descerebrada: “Ohhh!- gimió su abuelo en el cementerio, desenterrando su cabeza por unos instantes y escupiendo unos cuantos gusanos que le estaban atragantando- mi nieto es todo un hombre!” Y luego ya se pudo morir tranquilo, otra vez. Ferlandino, conectado a las redes durante toda la travesía, va informando de todo: “Ahora me lavo los dientes. Ahora diviso unas montañas. Estoy lejos. Donde habrá un baño? Me aburroooo”. Hasta que un día, perdido en Nunca Jamás y después de tomar el té con Michael Jackson, se encuentra, clavada en una roca, una urna. Una urna cubierta de polvo, hecha polvo vamos, pero que desancla de la roca con asombrosa facilidad. Después, consumido por un ataque de maruja-pegamoide, empieza a frotarla con un paño… y al hacerlo, la urna empieza a brillar y a brillar y a brillar…Ferlandino vuelve escopetea… alfombrado, a toda velocidad a su pueblo. La urna brilla y brilla y descontroladamente empieza a “metrallear” papeletas, cientos, miles, millones de papeletas… votos multicolores que caen como granizo aniquilador y destruyen el tinglado bandolero, achicharrando a los 40 ladrones y obligándolos a buscarse otro oficio menos ocioso. Y el pueblo se quedó tranquilo y sin migrañas. Fin.
Friday, May 20, 2011
Ferlandino y la urna (electoral) maravillosa
Ferlandino lleva bombachos y cabalga una alfombra de Ikea. No fuma porros pero siempre está flotando en la estratosfera. “Gamberro, holgazán, vividor!” , le gritó su abuelo desdentado con un pie y tres cuartos en la tumba. Su abuelo, el que olía a naftalina y se peinaba con colonia, el que le vendía baratas las 4 tiendas de comestibles que monopolizaban el pueblo. Pero él no quiso, él quería volar, frotar lámparas y alcanzar las nubes. Todo aquello que sus ancestros nunca habían osado soñar “porque había que ganarse el pan y alimentar a mujeres, hijos y bastardos”. Ferlandino es un “sueña-tortillas” ,como decimos los polacos, el rey de las burbujas, todo lo contempla desde su pompa de jabón con una perspectiva diferente a sus congéneres. De acuerdo, parece idiota. Pero los idiotas también han hecho historia. Y de idioteces vive el hombre. Por las afueras de Sésamo Town también se escurren los 40 ladrones: dos pandillas enemistadas que cuando ya no tienen orujo que beber, jabalí que dorar al microondas o mujeres que fornicar se dedican a sacarse los ojos unos a otros. Ladrones que descargan tormentas de gaviotas cagadoras-asesinas y rosas envenenadas con pedo de ñu-estreñido a los lugareños, sin que estos puedan evitar los ataques de migraña endémica que se suceden después. Ferlandino, colocado de valentía, decide emprender una mañana una aventura quijotesca: encontrar la urna mágica que, según cuentan en los foros, puede acabar de una vez con los 40 ladrones y enviarlos a freír espárragos. Ferlandino surfea el horizonte con su alfombra sueca aterciopelada haciendo cabriolas. Sí, aún parece más idota, pero ahí está: en movimiento. Desde el pueblo, la emisora 22.5 fm retransmite su osadía descerebrada: “Ohhh!- gimió su abuelo en el cementerio, desenterrando su cabeza por unos instantes y escupiendo unos cuantos gusanos que le estaban atragantando- mi nieto es todo un hombre!” Y luego ya se pudo morir tranquilo, otra vez. Ferlandino, conectado a las redes durante toda la travesía, va informando de todo: “Ahora me lavo los dientes. Ahora diviso unas montañas. Estoy lejos. Donde habrá un baño? Me aburroooo”. Hasta que un día, perdido en Nunca Jamás y después de tomar el té con Michael Jackson, se encuentra, clavada en una roca, una urna. Una urna cubierta de polvo, hecha polvo vamos, pero que desancla de la roca con asombrosa facilidad. Después, consumido por un ataque de maruja-pegamoide, empieza a frotarla con un paño… y al hacerlo, la urna empieza a brillar y a brillar y a brillar…Ferlandino vuelve escopetea… alfombrado, a toda velocidad a su pueblo. La urna brilla y brilla y descontroladamente empieza a “metrallear” papeletas, cientos, miles, millones de papeletas… votos multicolores que caen como granizo aniquilador y destruyen el tinglado bandolero, achicharrando a los 40 ladrones y obligándolos a buscarse otro oficio menos ocioso. Y el pueblo se quedó tranquilo y sin migrañas. Fin.
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