Bully Vega tuvo la mala suerte de nacer en uno de los lugares más memos de la historia de la ignorancia: Retrasadillas. Los Retrasadillos, zopencos usuarios de este pueblo profundo, sólo tenían dos objetivos en la vida: participar como figurantes especiales en The Walking Dead y celebrar anualmente una bloody party donde soltaban a un toro en un descampado, lo mataban con lanzas, le cortaban los testículos y de estos hacían mondongo para acompañar con tinto de verano.
Cuando Bully nació , la memoria genética le visitó en sueños disfrazada de muerte. La mujer andaba algo estresada de tanto aparecerse a Woody Allen y al principio no daba mucha conversación. Luego Bully le ofreció un carajillo y unas galletas de jengibre, entonces se relajó y tras carraspear dijo: “cuando llegues a los 500 kg te van a joder bien jodido. Y no se trata de una orgía taurina, ni que las vacas del pueblo te vayan a exprimir a cópulas… Te matarán: algo así como Jesucristo pero sin vida de recambio”. Así que Bully, traumatizado por la profecía, se forró el establo de pósters de Mario Vaquerizo y se declaró en huelga de hambre. Se negaba a probar el pasto, el pienso, los donuts de zarzaparrilla y los krispies con arándanos que le echaban sus frustados cuidadores. Estos habían puesto tanto empeño en que fuera el próximo supermártir de la Bloody Party en un par de años… “y así sacarnos unas perras para montar un chalé, embaldosar la puerquera y abonarnos al plus de por vida, unga, unga”. Pero Bully Vega prefería morir de inanición a ser la versión bovina de Hansel y Gretel. Una noche de luna quesera y grillos desincronizados, Bully, desprovisto ya de fuerza, se tumbó boca arriba para pedirle a Casiopea una señal: que le cayera un meterorito allí mismo o que se lo llevara la señora de la capucha XXL sino estaba muy ocupada con el Sr. Allen. Esperó y esperó estirado al raso hasta que se quedó dormido. Y estando en plena fase rem y disfrutando de una bacanal romana a base a vacas lujuriosas y croquetas de césped deluxe algo lo despertó. Cuando se sacudió los cuernos e incorporó del suelo vió que estaba en el borde de un gigantesco cráter del tamaño de tres plazas de toros. Y dentro del cráter un meteorito y encima del meteorito un extraño objeto incrustado: el Fary esculpido en criptonita con un enorme botón de “play” rojo a los pies. Bully Vega no recordaba haberse pasado con el Orfidal ni el Prozac: no, no estaba soñando ni J.J.Abrams había pensado tal diseño de producción para gastarle una broma a un toro depresivo. Bully se acercó con pezuñas de plomo al pequeño Fary verdoso y presionó el play: “Ay torito, ay torito bravo, te has quedao sin pueblo, no temas por tu raboooo”. Bully Vega sonrió, le arrancó la cabeza al mini-Fary y se zampó la criptonita en menos que canta un gallo. Qué hambre tenía y qué buena estrella le había caído del cielo!
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