Tuesday, August 30, 2011

Take me to a Jamie Cullum's concert if you want me feel the faith


Se abre el telón y aparecen 50.000 hormigas peregrinas y un diplodocus. Huele a gigantocirio, mirra y aceite de embalsamar: la (h)ostia. Las hormigas lucen vestiditos de Agatha Ruiz de la Prada, looks modernetes y hasta hay alguna que se perforó las antenas con ristras de aretes… pero en pos de parecer una panda de groupies adoradoras de estrellas del rock…. siguen siendo hormigas. Hormigas ovejeras arrastradas por el dulce olor de la caca dinosauria, adictas a la fumata blanca y a la ciencia ficción de serie “beeeeee”. El jurásico líder es el director adjunto de la mayor empresa de humo mundial: “La Vaticueva” (vaticueva: lugar sombrío gobernado por murciélagos y bañado de guano o caca tóxica). La multinacional italiana, productora en serie de “bocatto di cardinale”, quiere renovarse y a falta de imaginación para cambiar el logo ha emprendido una campaña mundial de recolecta de Boy Scouts hormigoneras. “Si la cara es joven, el producto parece no estar caducado”- dedujo Bishop, el director de marketing. “Beeeeeeeeeee”. Una hormiga se inyecta a George Michael en la oreja con su Ipod: “Cause I gotta have faith…”.


- “Sí... Nadie dice que la fe sea innecesaria en este mundo sacudido de sentimientos descafeinados y cazadores de orgasmos… Pero a mi que me la impongan en latín una pandilla de drag queens medievales me toca los cojones”- blasfema un búho que lo observa todo en picado desde lo alto de un pino.
Bubo, el búho, lo graba todo con una super 8 esperando hacer un montaje resultón y subirlo al youtube. Por las noches regala a sus pupilas largas lecturas de Copérnico, maldito polaco que decidió pensar por sí mismo. A Bubo se le erizan las plumas, no por esa especie de Fiesta del Orgullo Católico, sino por el destile de mensajes anquilosados, muy lejos de la realidad animal. Así que tras varias tomas, enchufa el loro, mordisquea un roedor y arruma sus pensamientos seducido por las teclas de Jamie Cullum: “So they say, so they say, so they say….”






Thursday, August 25, 2011

Emmy la moños y el Pony Feroz

Érase una vez una niña judía que se fue a por rehabilitación y ya no volvió. Emmy se instaló en lo profundo de un bosque con su guardaespaldas afroamericano 4x4, enfermo de onicofagia y rinotilexis.

La niña, desconocedora absoluta de la invención del jabón, era famosa por todo el condado por su tocado medieval de moño imposible sostenido por contrafuertes de gomina cristalizada y mortero industrial. Era allí donde guardaba las madalenas y croquetas para su abuelita (o eran magdalenas y cocretas?). Como su abuela se encontraba la tira de lejos y ya ni siquiera estaba viva, Emmy se ponía tibia con la merienda. Tenía el colesterol tan alto que le hacía sombra y nunca llegaba a broncearse. A eso que Tim Burton la llamó un par de veces para salir en una de sus películas, pero era tan incapaz de retenerse la orina en la vejiga como una frase en la cabeza. Emmy se desperdiciaba continuamente, pero no era inútil. Como oriunda del bosque encantado, la chicuela heredó el puesto de damisela cantarina. Su antecesora, la anciana Blancanieves, había muerto de estrés y envenenamiento: exhausta de fregar retretes en miniatura y besar a príncipes azules embadurnados de Titanlux. Emmy, la moños, cantaba muy bien y todos los animalillos en peligro de extinción del bosque se deleitaban con sus requiems y esa voz de contralto llena de matices. Una madrugada de rocío, Emmy, a falta de madalenas, salió a buscar champiñones para hacerse unos pancakes. Tras destrozarse los tacones de su última adquisición de Portobello, siguió descalza el curso del riachuelo. Al poco rato, un Pony se interpuso en su camino de “tralararí, tralará”. Emmy, que nunca había visto cosa semejante, confundió al Pony, rosado y siliconado, con un extravagante consolador. Cuando ya se había bajado las bragas y flexionado las rodillas para saltar sobre él, el Pony abrió la boca:

-Hola- le dijo el Pony con un perfecto acento de Manchester.

-Qué eres tu¿- preguntó Emmy ladeando la cabeza y derramando las madalenas.

- Soy un Pony- dijo el Pony.

Una zarigüeya que se hacía la muerta dos pedruscos más allá testimoniaba la escena.

- Súbete a mi lomo, te daré una vuelta- espetó seductoramente el mamífero gomoso.

- No, noooo, nooo – cantó Emmy usando la cola de la zarigüeya como micro.

El pony insistió ferozmente una y otra vez. Es lo que tienen los Ponys, que son muy obtusos. Y al final, Emmy, seducida por los destellos de esa cabellera de l’ Oreal en miniatura, acabó largándose para no volver nunca más.