Friday, January 27, 2012

Fóllame mucho...

Planeta Paella, 19:45h. Avenida Lexington, 69.
 
Justina, puta ciega de braga fina, se acicala la peluca rococó mientras Roy Orbison ronronea “Pretty Woman”.  Justina lleva gafipastis de setecientas dioptrías. Masca condones y usa Goma 2 como profilácticos.  Pilinguis cegatus disléxicus. “Por eso cobro lo que cobro…”- dice su tarjeta de visita en tipografía “Bic Cristal- escribe nor-mal, Bic-Bic- Bic- Bic- Bizca!”.
El puticlú “Folla Mazo” está en pleno apogeo mientras el resto del mundo se hunde en la miseria quitándole portadas al Concordia. Y el secreto de la masa es Justina, por la que todo bicho corrupto anda loco por echarle un casquete.
Tres barrios más arriba en la pirámide alimenticia y aprovechando la redada de perracos sarnosos contra el Matapepes (*), el Sr. Fields se relaja frente el espejo. Sonríe. Sus perfectos 32 dientes fabricados en Taiwan dan repeluco. Espolvorea su calva con laca Nelly: no parece haber pelo pero “haberlo haylo”, es pelo invisible, como la capa que le chorizó a Harry Potter, como su colección de trajes. Ahora lleva un Armani de tweed, camisa añil de seda y mancuernillas a juego aunque a la vista humana sólo sea visible un calvo en pelotas. Ring, ring! El Sr. Fields gira el pomo de su puerta blindada y tras ella aparece el Sr. Coast, más joven, con pelo de gominola (visible) y con la misma réplica de 32 piezas brillantes taiwanesas en la boca. El Sr. Coast trae la merienda: “Un poquito de caviAAr para picAAr”- canturrea en un ininteligible dialecto pijés, herencia de haber ido mucho de colonias con las Juventudes Peperas- “me encAAnta este trAAje”. El Sr. Coast también va desnudo. Ambos se sientan delante de un plasma de 89 pulgadas a mojar fartons en el caviar y churrupar horchata. Está a punto de empezar su serie favorita: “Ley y Desorden”. Previously en “Ley y Desorden”…:

-Personaje Acusado: “Soy inocente” (flash-backs, flash-fowards y música chunda-chunda para despistar).
-Jurado Popular: “Entramos a deliVerar, vayan poniendo unos cafeses”
-Sr. Fields: Ahora viene cuando…
-Sr. Coast:…Sr. Fields límpiese las comisuras, las tiene llenas de huevas, no vaya a ensuciar el traje….”
-Sr. Fields: …cuando lo absuelven! Páseme la servilleta Sr. Coast, que no quede ningún tipo de mácula….

El capítulo, los fartons y las latas de caviar “Moustache” se acaban. Fields y Coast se perfuman con Brumel y sus 64 piezas dentales taiwanesas se sonríen con complicidad:
- Y ahora una visitilla al puticlús !!!
El Sr. Fields y el Sr. Coast paran a un taxi y se dirigen al centro neurálgico de la ciudad:
-Al “Folla Mazo” por favor… Ah y hágame usted un ticket, que esto lo paga la Xeneralitat… jijiji!
En la habitación temática “Ice Cream Bananas Vicious” Justina está lista para su jornada laboral. Coge el teléfono-hamburguesa y llama a recepción: “Cuantos hay para hoy?”- pregunta resoplando. En la calle, una larga cola,  que ayuda al puticlub a camuflarse como oficina del Inem, serpentea tres manzanas. Bichos de toda índole política se bajan los calzones. Los trajes serán invisibles pero las moscardas danzantes alrededor de tanta basura se pueden ver en 3D. Justina interrumpe a Roy Orbisson y cambia la canción: “Fóllameeee, fóllame muchoooooo….”.

(*): Ver Snack anterior: “El matapepepes”

Thursday, January 19, 2012

El Matapepes

Corre la ley… corre la ley…enda, corre tan rápido la jodía que parece verdad. Corre la leyenda de la existencia de una  criatura llamada el Matapepes. Mamífero de  rara mezcolanza:  medio murciélago, medio pez-martillo, de inteligencia esculpida por cromosomas alienígenas, merodeador de alcantarillas, chupador de sangre pepera y que ahora la muchedumbre borrega pretende borrar del mapa a brochazos de tippex ponzoñoso. Corre la leyenda que el Matapepes vive en un mundo al revés donde se ensalzan los mojones con pedrería swarowski y se tiran al retrete las buenas intenciones. Todo ocurrió en una noche parda y oscura como el culo de un hiena. El Matapepes se repeina los mechones plateados. Hace días que no come. Más concretamente desde la muerte del Fragantosaurius.  Tras el viejuno perecer del icono antediluviano  no hay pepe que echarse a la boca. Todos emigraron a la Party Funeral donde por tres días estarán rezándole al Cristo De La Tostada por el alma del líder perdido: “el pan tostado nuestro de cada día, Dios lo tenga en la gloria…”. Dios es listo y se lo facturó como exceso de equipaje al “Calderas”, que tampoco es lerdo y hace business de cualquier mierda: “con este, Frasquete y Pinochete ya tengo medio equipo olímpico de mus: me voy a forrar!”.
Down on Earth, las comisuras del Matapepes compiten con las del perro de Paulov: necesita comer o pasará a ser un cromo de Paninni para los del National Geographic. Arranca a husmear, chapotea las cloacas con sus pezuñas de calibre “massimo dutti” con la esperanza de encontrar al menos un aperitivo: aunque sea un perperecho. Y es eso lo que a escasos metros encuentra: un perperecho portugués, entretenido en patear a una nutria desnutrida que se le ha cruzado por el camino. El perperecho portugués es feo como el demonio pero de alto nivel energético y te deja un regustillo dulce como el merengue:  “me lo zamparé sin mirarle a la cara”-piensa el Matapepes que acto seguido lo atonta con el martillo, lo bautiza con gotitas de limón,  succiona y escupe las paletillas. La nutria se enamora de esa bestia salvadora y no tarda en tatuarse un “I love you Baltasar” en los pechitos. El subidón de proteína le dura al Matapepes el suspiro de un calcetín: necesita más! Así que chapotea y chapotea y cuando lleva media red de alcantarillado olfateada escucha un ruido. Se detiene. El radar de las pempas se activa y localiza el origen: un grupo de Gürtels  merodea un contenedor (Gürtel: sub-especie de los Fraguel pero que van vestidos del todo y engominaos): “llegó la hora de la cena” – y el Matapepes se relame satisfecho.
En el cuento el Matapepes se come a los Gürtels: los sazona con ajoaceite, los apollarda con el martillo y saborea la carne corrupta lentamente. Luego escupe los trajes. Pero claro: es un cuento. O una leyenda.: la leyenda del Matapepes y el mundo al revés.





Friday, January 13, 2012

Peladillas after de Navidad

El sol se esconde tras el horizonte en Este Country Es Una Ruina. Un sol borracho de naranja  que ensombrece a campos de confetti  y  colinas de serpentinas. Los habitantes de Este Country se hacinan en las tintorerías para limpiar smokings y  lentejuelas:  churretes salseros, pegotes de mazapán y lengüetazos de carmín en  uniformes que dormirán en la cripta hasta la próxima Navidad. Las tintoreras se relamen los colmillos y se frotan las manos con repetición maníaca: son las únicas que no  comerán  mocos fritos a final de mes.  El status quo de Este Country Es una Ruina es de una chunguez inaudita y  los CountryRuinosos, viven entre el desconcierto y la  fe en el rey de la Navidad: El Barbash. El que hace nada fue coronado rey es   un tipo de gestos discapacitados que al sonreír pierde tres grados de cociente intelectual: “parece tan bueno… este no nos va a engañar”. El binomio tonto-bueno se estila mucho en este país. Tras conquistar la corona, el señor de barba blanca se piró a dar vueltas con el trineo y no ha dado muchas explicaciones,    “aunque dijo que lloverían miles de regalos en las próximas Navidades”. Y todos sueñan  con esa esperanzadora parcela de tierra virgen en el lejano oeste. Todos menos Jacobo Esquela. Jacobo  tiene una tienda de peladillas: peladillas blancas, rosas, azules y piñones apeladillados.  Peladillas que embolsa en celofán, anuda con lazo rojo y golpea tres veces con un San Pancracio de goma y aureola mordisqueada . Esta Navidad ha vendido doscientas mil peladillas. Trescientas cincuenta mil peladillas menos que el año pasado. Y está que trina. De pagar cada vez más impuestos. De ganar cada vez menos y de arrastrar una enorme cadena que acaba en bola de cañón con el logo de La Caixa dibujado: la estrella de la muerte. Pero Jacobo tiene un plan: piensa secuestrar al Rey de la Navidad. Una tarde  el Barbash acude a su tienda atraído por un sabroso cebo: empanada de peladillas gratis. Aunque en la mente de Jacobo sólo anda la idea de trocearlo junto con su tenebroso tesoro de presupuestos del estado: “materia prima para el relleno de mis peladillas for free”. El Barbash engulle empanada cual triceratops desbocado dejando a sus molares al borde de una caries letal. Jacobo aprovecha su distracción para acercarse por detrás con una bolsa de celofán en la que,  tras un coreografiado forcejeo,   mete la cabeza de El Barbash y anuda con un lacito. El Barbash vé pasar su vida en fotogramas salpicados por gotelé de peladillas.  Jacobo,  llevado por la mecánica rutina peladillera , le golpea tres veces con el San Pancracio: no buscando suerte sino un trauma craneo-encefálico que resultaría exitoso si el santito fuera de titanio y no de plástico. El Barbash, tras pasar por toda una gama de pantones  púrpura,  se queda sin oxígeno y perece, muere, la espicha. Jacobo contempla al rey cadáver con semblante macilento y desubicado: tendría que estar contento pero le pesa la faena que le espera para convertir aquella mole en picadillo. El trinomio “pícaro-vago-lo dejo todo a medias” también se estila mucho en este país. Así que tras meditarlo con “San Pacras” un par de segundos, decide enterrar al Barbash en el jardín, sembrar patatas cebolleras y seguir con sus peladillas en quiebra. Y ya vendrán tiempos mejores. O no. Nif. Snif. Fin!